jueves, 30 de agosto de 2007

miércoles, 29 de agosto de 2007

lunes, 27 de agosto de 2007

Y la luna!!

La Luna ejerce una poderosa influencia sobre la naturaleza y nuestra psique por lo que conviene tener presente los distintos estados de la Luna en el cielo para adaptarnos a sus posibilidades y obtener de su influjo los mayores beneficios: LUNA NUEVA Cuando la Luna está en conjunción con el Sol comienza un nuevo ciclo, por lo que es un momento de iniciar nuevos propósitos. El organismo también se halla mejor dispuesto para realizar un cambio, dieta, ayuno, desintoxicación de tabaco, alcohol, etc. Psicológicamente, la mente posee un mayor autocontrol y está más serena para superar cualquier carencia o eliminar algún exceso. LUNA CRECIENTE A medida que aumenta la luminosidad de la Luna, el organismo también está más predispuesto a absorber todo en mayor cantidad o más rápidamente. El cuerpo se encuentra en la fase más receptiva para asimilar cualquier sustancia con la que se le intente alimentar, de tal manera será una buena época para revitalizar el organismo con una dieta vitamínica, de la misma manera que es un período de riesgo para engordar, en el caso de que engordar pueda suponer un riesgo. Puede aprovecharse esta fase para recuperarnos con más facilidad de los estados carenciales. Por el contrario, si se produce una intoxicación o nos perjudica algún alimento, el cuerpo se resistirá más a recuperarse. Se recomienda durante estos días no abusar del alcohol porque sus efectos pueden ser más perjudiciales. Cortar el pelo y las uñas cuando se desea que su crecimiento sea más rápido. Aplicar cremas o ungüentos para regenerar la piel porque ésta está más receptiva, y evitar aquellos alimentos que no ofrezcan las garantías suficientes, debido a que las desintoxicaciones serán más difíciles y persistentes. LUNA LLENA La Luna, en oposición al Sol se encuentra llena de luz. Los tejidos corporales están sometidos a la máxima presión y la razón se encuentra en su fase de mayor distanciamiento de los sentimientos, por lo que durante estos días se despierta el lado más instintivo del ser humano. El cuerpo está más predispuesto a retener líquidos, por ello se dice que la Luna llena tiene un efecto embriagador. Al igual que la Luna, el cuerpo tiende a hincharse con cualquier cosa que ingiera, por lo que conviene tener especial cuidado con las comidas y las bebidas. Las emociones, la sensaciones están a flor de piel, por lo que hay una mayor tendencia a trastornos sicosomáticos. Aumentan las alteraciones del sueño y se puede sufrir de insomnio o los sueños son más intensos o coloridos. Durante esta fase se aconseja no comenzar dietas para adelgazar. Extremar las precauciones con los posibles efectos secundarios de medicinas. Prevenir los dolores de cabeza que pueden ser intensos durante estos días y, sobre todo, mantener el sentido del humor, no tomarse demasiado en serio las cosas, pues como la Luna se tiende a agrandar los problemas. LUNA MENGUANTE Al mismo tiempo que la Luna va decreciendo en intensidad de luz, también el cuerpo tiende a desprenderse de lo que le sobra. Son favorables los días para gastar la energía acumulada durante las fases anteriores. Se logrará de esa manera eliminar toxinas y grasas, por lo que se recomienda iniciar curas de desintoxicación del organismo y de su purificación, de la misma manera que será más fácil deshacerse de envenenamientos e impurezas, reducir hinchazones e irritaciones. Durante esta fase se aconseja: hacer actividades que exijan un buen esfuerzo y resistencia, pues se obtendrá un mayor aprovechamiento. Beber más cantidad de agua, porque el cuerpo no retiene tanto los líquidos, se suda más y ayuda a limpiar el organismo. Comenzar dietas, pues es la fase en que se obtendrán mejores resultados y cortarse el pelo y las uñas puesto que, si bien es verdad que crecerán de forma más lenta, lo harán con una mayor fortaleza.

jueves, 23 de agosto de 2007

lunes, 20 de agosto de 2007

lunes, 13 de agosto de 2007

Como la vida misma

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo. Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida. Comenzaba otro día de ajetreos. Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, está practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue mas que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un... sólo... centímetro... más... Encrespáronse sus plumas, se atascó y cayó. Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor. Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera. La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar. Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando. No comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzo; y sus planeos no terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino que dejaba tras de sí una estela plana y larga al rozar la superficie con sus patas plegadas en aerodinámico gesto contra su cuerpo. Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas -que luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se desanimaron aún más. -¿Por qué, Juan, por qué? -preguntaba su madre-. ¿Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas! -No me importa ser hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no. Nada más. Sólo deseo saberlo. -Mira, Juan -dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está cerca. Habrá pocos barcos, y los peces de superficie se habrán ido a las profundidades. Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla. Esto de volar es muy bonito, pero no puedes comerte un planeo, ¿sabes? No olvides que la razón de volar es comer. Juan asintió obedientemente. Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas; lo intentó de verdad, trinando y batiéndose con la Bandada cerca del muelle y los pesqueros, lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez. Pero no le dió resultado. Es todo inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le perseguía. Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a volar. ¡Hay tanto que aprender! No pasó mucho tiempo sin que Juan Salvador Gaviota saliera solo de nuevo hacia alta mar, hambriento, feliz, aprendiendo. El tema fue la velocidad, y en una semana de prácticas había aprendido más acerca de la velocidad que la más veloz de las gaviotas. A una altura de trescientos metros, aleteando con todas sus fuerzas, se metió en un abrupto y flameante picado hacia las olas, y aprendió por qué las gaviotas no hacen abruptos y flameantes picados. En sólo seis segundos volo a cien kilómetros por hora, velocidad a la cual el ala levantada empieza a ceder. Una vez tras otra le sucedió lo mismo. A pesar de todo su cuidado, trabajando al máximo de su habilidad, perdía el control a alta velocidad. Subía a trescientos metros. Primero con todas sus fuerzas hacia arriba, luego inclinándose, hasta lograr un picado vertical. Entonces, cada vez que trataba de mantener alzada al máximo su ala izquierda, giraba violentamente hacia ese lado, y al tratar de levantar su derecha para equilibrarse, entraba, como un rayo, en una descontrolada barrena. Tenía que ser mucho más cuidadoso al levantar esa ala. Diez veces lo intentó, y las diez veces, al pasar a más de cien kilómetros por hora, terminó en un montón de plumas descontroladas, estrellándose contra el agua. Empapado, pensó al fin que la clave debia ser mantener las alas quietas a alta velocidad; aletear, se dijo, hasta setenta por hora, y entonces dejar las alas quietas. Lo intentó otra vez a setecientos metros de altura, descendiendo en vertical, el pico hacia abajo y las alas completamente extendidas y estables desde el momento en que pasó los setenta kilómetros por hora. Necesitó un esfuerzo tremendo, pero lo consiguió. En diez segundos, volaba como una centella sobrepasando los ciento treinta kilómetros por hora. ¡Juan había conseguido una marca mundial de velocidad para gaviotas! Pero el triunfo duró poco. En el instante en que empezó a salir del picado, en el instante en que cambió el angulo de sus alas, se precipitó en el mismo terrible e incontrolado desastre de antes y, a ciento treinta kilómetros por hora, el desenlace fue como un dinamitazo. Juan Gaviota se desintegró y fue a estrellarse contra un mar duro como un ladrillo. Richard Bach, (Juan Salvador Gaviota, Capítulo I)

sábado, 11 de agosto de 2007

viernes, 10 de agosto de 2007

" Había grandes lagunas de semanas y semanas en la crónica de mi propio existir; temporadas que no me dejaban un recuerdo válido, la huella de una sensación excepcional, una emoción duradera; días en que todo gesto me producía la obsesionante impresión de haberlo hecho antes en circunstancias idénticas -de haberme sentado en el mismo rincón, de haber contado la misma historia, mirando al velero preso en el cristal de un pisa papel. Cuando se festejaba mi cumpleaños en medio de las mismas caras, en los mismos lugares, con la misma canción repetida en coro, me asaltaba invariablemente la idea de que esto sólo difería del cumpleaños anterior en la aparición de una vela más sobre un pastel cuyo saber era idénticos al de la vez pasada. Subiendo y bajando la cuesta de los días, con la misma piedra en el hombro, me sostenía por obra de un impulso adquirido a fuerza de paroxismos -impulso que cedería tarde o temprano, en una fecha que acaso figuraba en el calendario del año en curso-. Pero evadirse de esto, en el mundo que me hubiera tocado en suerte, era tan imposible como tratar de revivir, en estos tiempos, ciertas gestas de heroísmo o de santidad. (...) Encuentro trivial, en cierto modo, como son, aparentemente todos los encuentros cuyo verdadero significado sólo se revelará más tarde, en el tejido de sus implicaciones... Debemos buscar el comienzo de todo, de seguro, en la nube que reventó en lluvia aquella tarde, con tan inesperada violencia que sus truenos parecían truenos de otra latitud. (...) Era como si estuviera cumpliendo la atroz condena de andar por una eternidad entre cifras, tablas de un gran calendario empotradas en las paredes -cronología de laberinto, que podía ser la de mi existencia, con su perenne obsesión de la hora, dentro de una prisa que sólo servía para devolverme cada mañana, al punto de partida de la víspera. (...) Silencio es palabra de mi vocabulario. Habiendo trabajado la música, la he usado más que los hombres de otros oficios. Sé cómo puede especularse con el silencio; cómo se le mide y encuadra. Pero ahora, sentado en esta piedra, vivo el silencio; un silencio venido de tan lejos, espeso de tantos silencios, que en él cobraría la palabra un fragor de creación. Si yo dijera algo, si yo hablara a solas, como a menudo hago, me asustaría a mí mismo. (...) Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema. " Alejo Carpentier (Los pasos perdidos)

jueves, 9 de agosto de 2007

lunes, 6 de agosto de 2007

jueves, 2 de agosto de 2007